Dos dos.
¿Qué clase de magia, qué demiurgo cruel da vuelta el reloj de arena? ¿Cómo decide cuándo taparlo y detener el tiempo? A eso se llega a través del caracol que determina fuerzas, dudando todavía si las dos miradas son tres o una. La respuesta –tal vez mentira- se no encuentra subiendo la escalera de escalones que se pierden con pisadas. (uno, dos, tres, cuatro).Aprendiendo en el ascenso, se ve la infancia como absorbente de humedad en este juego de cargas opuestas que no son. Inevitable es que se atraigan, se busquen, se llamen a gritos por los poros. Pero la electricidad, lo natural, se pierde al ser tres para un cuarto par de ojos que no entiende que dos y que inventó el paralelismo perfecto (no se juntan) sin incluirse cuando debería. Así es fácil justificar que no haya chispas.
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